Más largo o más corto, más amable o más ingrato, cada vida es un recorrido personal e intransferible hacia ninguna parte: lo único que tenemos es el viaje, luego el final es el mismo para todos. Nadie puede coger otro tren que no sea el suyo, ser lo que
no es, no ha sido o nunca será.
Mientras hacemos el camino, reconforta que el mundo alrededor funcione con una cierta paz, armonía, seguridad y esperanza, lo que por desgracia no siempre ocurre.
Si descarrilamos hay que reconstruirse y seguir adelante con determinación y coraje, sacando provecho a todas las oportunidades e intentando tomar decisiones acertadas, aunque difíciles o valientes: no se puede ser cobarde, lleno de buenas intenciones pero perezoso física o mentalmente. Hay quien sabe arreglar fácilmente vidas ajenas pero es incapaz de organizar la suya...
Se aprende a vivir. Cada persona lleva dentro un mapa para no equivocarse de dirección.
Nuestro bien estar va depender en gran parte de lo que pensamos: es fácil engañar a los demás, pero el que se miente a sí mismo vive a medias, sin conocer nunca la plenitud. Para Borges la vida es tan bella, que no pasa un solo día en que no estemos, aunque sea por un instante, en el paraíso: cuando nos sentimos bien es como si todo estuviera en su sitio.
El universo para cada uno es lo que alcanza su mente, y son los sentimientos lo que le dan sentido — la belleza está en los ojos de quien la mira, se disfruta con el pensamiento, poniendo toda la atención en lo que se está viviendo, con el amor como único camino hacia el sosiego. Hay vidas de mil colores, lo importante es ser feliz.
Todos nos sentimos especiales y lo somos: para nosotros mismos y para los amigos que nos quieren de verdad. Lo importante es estar a gusto consigo mismo, crearse, inventarse, quererse, mimarse, respetarse, perdonarse y también evadirse siempre que posible, de lo que nos asquea sin aportarnos nada que valga la pena.
Tener ideas originales es muy difícil pero conviene no vivir instalados en un mar de dudas y temores que nos lleven al naufragio, en lugar de alimentarnos de lo que caliente más el corazón. Con la inteligencia emocional nos vamos adaptando a las circunstancias sin pedir demasiado a la vida: quien no sabe apreciar lo que tiene, es como si no tuviese nada.
El destino incierto, el azar y la suerte caprichosa siempre acechan, son un motivo de permanente incertidumbre: hay tanto dolor en el mundo, que debemos estar agradecidos mientras la fortuna nos acompañe para ir saliendo airosos de cada día que pasa.
Ambiciono viajar por mis días intensa y felizmente, y morir lo más viva posible.
Rosa Montero